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Despedida del Excmo. Sr. Emb. José F. Fernández Estigarribia, Secretario General de la ALADI
Palabras del Secretario General, Embajador José Félix Fernández Estigarribia
03/16/2011

Señores Embajadores,

Señores Representantes,

Señores Representantes de Organismos Internacionales y de Países Observadores,

Señores Funcionarios:

Corresponde en este momento que haga uso de la palabra ante el Comité de Representantes por última vez. En mi recuerdo está aún nítido el momento en que un año y medio atrás, me dirigía al Órgano para agradecer la unánime decisión que habían tomado de designarme Secretario General de la Asociación.

De los aquí presentes, dado el vértigo de la vida diplomática, sólo están los embajadores de Bolivia, Brasil, México y Uruguay, que seguramente tendrán presente ese momento. ¿Cómo debo dirigirme a Vuestras Excelencias?

He optado, paralelamente a esas palabras, entregarles el informe escrito, la memoria de este lapso, donde se reflejan las actividades que se desarrollaron durante este tiempo. La lectura de sus páginas parece reflejar una intensa actividad. El juicio de la misma está en sus manos, y de la historia.

La pregunta que me formulo en este momento, es la misma que me hacía cada mañana, cuando lentamente, grada por grada, ascendía la escalera que desde la entrada llega hasta el segundo piso, asiento del despacho del Secretario General.

¿Estoy haciendo el trabajo que conduce a un mejor momento de la integración latinoamericana? ¿Estamos realizando el sueño de la integración? - el título de nuestro Coloquio de los 50 años, que interpretaba a su vez la ansiedad de nuestros próceres en el pasado, por una patria latinoamericana común, y el deseo de los fundadores de nuestra Asociación, de concretar ese anhelo.

Decía antes que la memoria se estará repartiendo, y sólo me queda dirigirme a ustedes para darles las gracias por la colaboración, por las ideas que me aportaron, por las críticas, por esta vida en común, de un poco más de un año.

Y se me ocurre, que puedo, que ustedes me permitirán, la licencia de dirigirme a cada uno de los países aquí constituidos, y que me hicieron el alto honor de poder representarlos.

Y como no veo oposición, lo haré de derecha a izquierda, en la forma en que los contemplé en este tiempo. Permítaseme dirigirme a los Jefes de Misión, porque representan a todos.

Don Daniel Raimondi: hay vientos que me traen noticias de que muy pronto, como los antiguos Coroneles ven llegar las estrellas del Generalato, tendremos un paso más en su carrera de la meritocracia. Eso es nuestra profesión; un largo devenir. Nuevamente al frente de nuestra Comisión de Presupuesto, sólo fue un intervalo. Tal vez me reconozca que es más fácil ahora que no tenemos deudas.

Reciba Usted mis buenos deseos, extensivo a todos sus colaboradores, algunos hoy entrañables amigos; y -cuando surjan dificultades- que las hay siempre, tendrá la suerte de poder inspirarse en don Carlos Calvo, en Drago, defendiendo a Venezuela, y por ello a América, en Saavedra Lamas, que no le faltan arquetipos.

Me da alegría ver a Brasil sentado junto a Argentina. Es una casualidad significativa, como debiera ser siempre.

Le voy a pedir al Ministro Brito que transmita esas palabras al apreciado Embajador Regis Arslanian, por sus consejos, por nuestras charlas, por su respeto a la Secretaría General, por su visión.

Diga a cada uno de sus colaboradores, a los que están aquí, y los que desde la Embajada nos transmitieron el aliento, mi reconocimiento.

La magnífica labor del Embajador estará siempre inconclusa, pero para mirar al futuro con optimismo, está Joaquim Nabuco -el Gran Nabuco - que nunca faltan esclavitudes que abolir; y si necesita otra inspiración profunda, en los tres tomos de Hildebrando Accioly que el Embajador me obsequiara está la profundidad del pensamiento brasileño internacional.

Yo le seguiré llamando, ya no más Regis, ya no más Señor Embajador, sino Señor Presidente, porque fue el Presidente del Comité que me recibiera.

María Clara: El Embajador Fernández Estigarribia no olvidará nunca su rostro encendido, con palabras admonitorias: “No podemos permitir que un Funcionario Internacional diga esto”. Ahí por primera vez me di cuenta que era un Funcionario Internacional. Yo sólo me calificaba como un Diplomático cumpliendo una misión. Siempre se aprende en la vida, y me cuesta olvidarme de mi rol de Diplomático, que usa la sociología como método de análisis, y por ello emplea ciertas definiciones, producto de una Universidad diferente a las escuelas diplomáticas a las que nunca me dejaron asistir.

Tengo, y no figura en mi Currículum, un Doctorado en Dictaduras, que trabajosamente obtuve durante 35 años. Y eso a veces no esclarece el pensamiento. Pero el título nos autoriza ciertas licencias que la Embajadora sabrá comprender.

Me dijo Usted que a veces está muy sola. No importa. La sostienen el recuerdo de Alberto Lleras Camargo, de Carlos Lleras, de Belisario Betancur, y con esos, caminando con uno, son multitud.

Diga usted al Señor Embajador de Ecuador Emilio Izquierdo, mi gratitud y mi reconocimiento. Creo que nos veremos el viernes, gracias a su deferencia. Cuando hubiera vuelto a disfrutar de sus ideas, igual que en Nueva York, me toca iniciar otro rumbo.

En estos días, estoy leyendo el libro del gran Presidente Rodrigo Borja, “Estado, Sociedad y Derecho”, que puede servirnos a todos de fuente de inspiración.

Embajador Hamed Franco: Ayer nomás recordábamos, en la Embajada de México, a don Carlos Antonio López, señalando al Embajador del Uruguay, Vásquez Sagastume, su preocupación por la invasión de México por las tropas francesas. Ese es el legado histórico del Paraguay, continuando con Manuel Gondra y muchos otros, y su pacto de soluciones pacíficas. Esa es nuestra obligación, la permanente contribución a la construcción de una sociedad superior. Con Gondra diremos “No pudiendo hacer que el justo sea siempre fuerte, tendremos que asegurar que el fuerte, sea siempre justo.”

Y el Uruguay. Mi más expreso reconocimiento al Embajador Gonzalo Rodríguez Gigena, y a los respetables integrantes y miembros de la Representación; pero sobre todo a su Uruguay. Decía hace un tiempo, que es maravilloso sentir el palpitar de una sociedad democrática como la de ustedes, disfrutar de sus cafés, de sus librerías oscuras, y del “Aquí naides es más que naides”.

En esta Nación, uno encuentra las fuerzas necesarias para mirar con optimismo el futuro. Tengo la ilusión de volver siempre. Dios dirá, dicen mis compatriotas. Mis ruegos estarán siempre por mantener encendida la vela de la esperanza.

Señor Embajador Chirino: No hemos podido conversar mucho, pero usted no podrá negarme mis esfuerzos por hacerlo. Encabezar una Representación de Venezuela, ante un proyecto de integración, debe ser un peso abrumador, atendiendo a la imponencia de la figura de Bolívar, que marca los pasos. Pero usted es joven. Casi con los mismos años Andrés Bello emprendía la famosa misión a Inglaterra. Y mire dónde concluyó, forjando instituciones para toda América.

Tengo la satisfacción de mirar a la Representación de Perú, tras una excepcional conversación con el Embajador José Romero. Él pronto estará con nosotros, con ustedes, mejor. Es que uno no termina de irse.

San Martín, en su famosa y misteriosa misión a Inglaterra, aseguraba en sus trabajosas gestiones frente a los poderosos de entonces, que la independencia de América se aseguraba en el Perú. Y eso es lo que necesitamos de ustedes. Más Perú en ALADI y más ALADI en Perú. Que la causa sigue siendo América.

Muy estimado Embajador de México: Después de mi patria, es la tierra donde más tiempo he vivido. Por lo tanto mucha de mi poca cultura se la debo a ustedes. Casi como un ruego, me permito decirles que comparto plenamente lo que señalaba Salvador de Madariaga, el gran diplomático y pensador español, en su exilio en México: “Para comprender a América Latina hay que venir a México”. Pues bien “El corazón de Piedra Verde” es latinoamericano. Late mejor mirando al sur. Hay un amigo suyo, que mira demasiado al norte.

Hasta ahora, seguiré convencido, por Alfonso Reyes, el maestro de tantos temas, pero sobre todo diplomático insigne. En sus memorias diplomáticas se trasunta, que nunca fue más mexicano que en las ciudades que tanto amó, y donde sirvió a su nación: Río de Janeiro y Buenos Aires.

Cuba, Señora Presidente, está ligado a actos trascendentes de mi modesta existencia, alabados por unos y criticados por otros. Será difícil que pueda cambiar. Creo firmemente que hice bien. Cambiar el voto del bloqueo y establecer las relaciones diplomáticas con Cuba, son satisfacciones que uno pudo darse en la vida.

Muchas gracias por sus palabras. Tengo la esperanza de que usted crea, que fui un Secretario General que cumplió un rol; ayudar al Presidente.

Más importante que eso, mucho más importante, es tener la convicción de que Cuba está con nosotros, como siempre debió estarlo, es lo que asegura el camino de la integración. Otros organismos no pueden superar esa falencia. ALADI fue el que rectificó esa errónea decisión. Con Cuba sentado entre nosotros por siempre, todo será más fácil. Ahora Cuba tiene la palabra: integrarse y aceptar las diferencias.

Embajador Burgos: gracias por abrirme las puertas de su casa. Por su don de gentes, por su tacto diplomático. Por el permanente apoyo, más importante que en los hechos por la calidad espiritual.

Tuve la suerte de convivir con grandes diplomáticos chilenos, los que marcan impronta. No puedo citarlos a todos, pero tengo en mi recuerdo a Emilio Ruiz Tagle, que compartió conmigo, tantas tardes, en la misma casa donde Vuestra Excelencia habitó en Asunción. Espero que él, desde arriba, nos ayude a encontrar el sentido de esta aventura de la integración.

Embajador Ric Riera: yo no he vivido un solo día sin el recuerdo de Bolivia. Tengo la ilusión de que mi gestión haya estado cerca de los ideales. Sé que no pude satisfacer todos sus deseos, pero las normas muchas veces atan a la inspiración. Pero es bueno que ellas existan.

Estoy cierto que habrá nuevas oportunidades.

Muchas gracias a los observadores. A los Embajadores aquí presentes, y a los Organismos que representan. Siempre han estado con el espíritu abierto hacia la labor de ALADI.

No quiero concluir sin el recuerdo y el agradecimiento al personal de la Secretaría. A los Subsecretarios que depusieron muchas de sus ideas para aceptar los criterios del Embajador a cargo de la Secretaría.

A mis asesores, que no fueron designados por mí, y fueron siempre superiores mostrando su capacidad sin retaceos.

No puedo citar a todos los funcionarios. Vaya un abrazo a cada uno. Sé que son tiempos difíciles. Ese ejercicio diario que hacemos, de mirar la cotización el dólar, no debe ser bueno para la salud. Pero se abren nuevos horizontes. No se olviden de avisarme cuando lleguen los próximos buenos tiempos.

Más trascendente es que llevo en mi recuerdo el haber conocido a un grupo humanamente maravilloso, y profundamente capaz. Son los obreros de la integración silenciosa, a la que tantas veces me he referido.

Y para el final, no es cierto que la integración esté detenida. Sólo avanza lentamente. A este Comité le corresponde hacer suyo el lema de Artigas: “la causa de los pueblos no admite la menor demora”. Como Sísifo, estamos obligados a empujar la roca siempre hacia arriba, una y otra vez.