Artículos de Opinión  
 


Mirando hacia el Oriente de nuevo

“En Occidente el saber se transforma en poder mientras que en Oriente es sabiduría”
Paul Valery

El deseo de ir siempre más allá y la búsqueda de recursos empujaron a los hombres desde la antigüedad a atravesar obstáculos y fronteras que le permitieron encontrarse con otras civilizaciones. Esta dinámica permitió el establecimiento de relaciones que llevaron al intercambio cultural, científico, comercial y hasta religioso que, como consecuencia, propiciaron el progreso y el desarrollo de los pueblos y de la humanidad toda.

Un ejemplo patente de estas experiencias son los contactos que se establecieron entre Oriente y Occidente desde hace más de 2.000 años, a través de una trama de caminos conocidos como la “Ruta de la Seda”. Por ella circularon, además del producto que le dio el nombre, el jade, el lapislázuli, las especias, las frutas y flores, el jengibre, las granadas y las rosas, entre otros.

Esta ruta además sirvió de tránsito a embajadores, letrados, artistas, monjes peregrinos y soldados que fueron tanto adquiriendo como difundiendo conocimientos. Debido a su importancia incrementada con el tiempo otras rutas se fueron uniendo a ésta: el gran camino de la India, la ruta del incienso, que partía del sur de Arabia y en algunos enclaves de las especias. Al norte la ruta de las especias euroasiática era una alternativa para cruzar el Asia.

La ruta de la seda fue el principal canal internacional de comercio desde aproximadamente el año 100 a.C. hasta el 1500 de nuestra era. China había sido protagonista activo de los acontecimientos principales de la humanidad en esos tiempos. Durante la dinastía Sung (960-1299) fue uno de los países más avanzados del mundo. Era también el más poblado, el más urbanizado: había alcanzado un nivel de desarrollo económico al que ningún país de Europa llegó hasta el siglo XVIII.

Este periodo coincidió con el florecimiento de las artes y las letras, estas últimas estimuladas por la edición en el año 953 de los 130 volúmenes de las obras de Confucio. La circulación de tecnología entre Oriente y Occidente tenía lugar en sentido contrario al de la actualidad, aunque también hoy en día esta situación se está revirtiendo. Entre los siglos VII y XIII Europa exportaba materias primas a los países árabes a cambio de productos industriales y de consumo. Se consideraba que los productos de vidrio y metal de Egipto y Siria, y muchos de los productos de la Mesopotamia y la España árabe eran indiscutiblemente superiores a los que producía la Europa occidental.

Es interesante observar que el primer acuerdo formal de transferencia de tecnología del que se tenga registro corresponde al firmado entre el príncipe de Antioquía (actual Turquía) y el Dogo de Venecia, Jacobo Contarini, en 1277, en virtud del cual Venecia adquirió los secretos de la técnica de soplado de vidrio, junto con los artesanos y la materia prima para producirlo.

Asimismo, a fines del siglo XII, Leonardo Fibonacci, durante su permanencia en África del Norte, aprendió a emplear el sistema de numeración árabe que era de origen indio, del cual se valían desde hacía mucho tiempo los artesanos y comerciantes árabes. Desde entonces el sistema de numeración árabe se expandió a casi toda Europa occidental y su adopción fue un factor decisivo de progreso científico.

Si bien los registros de las relaciones recíprocas entre Asia y América Latina datan de un periodo posterior, la misma cuenta ya con más de 500 años de historia. Desde que los galeones españoles hacían la travesía entre los puertos de Manila y Acapulco hasta nuestros días, pasando por las olas de inmigrantes orientales que tanto han aportado a nuestros países con su cultura, su sencillez y su predisposición ejemplar al trabajo, las relaciones han ido fortaleciéndose cada vez más, al punto que los países del Asia Pacífico se están convirtiendo en socios estratégicos de los países latinoamericanos.

Este estrechamiento en las relaciones se refleja en la importancia creciente del flujo de comercio e inversiones entre ambas regiones, así como en las continuas negociaciones de acuerdos comerciales. La tendencia marca que esta relación seguirá fortaleciéndose. A pesar de ello, aún queda mucho por hacer y es, por tanto, muy oportuna la iniciativa de crear el Observatorio América Latina – Asia Pacífico en el ámbito de la ALADI.

Esto nos permitirá que, más allá del comercio y las inversiones, podamos trabajar en el intercambio de conocimientos y experiencias en distintas áreas, en los propios modelos de integración, en una agenda rica y mutuamente provechosa para ambas regiones y para los pueblos de cada uno de nuestros países.

Embajador Alejandro Hamed Franco
Representante Permanente del Paraguay ante ALADI y MERCOSUR

 

Nota: Las opiniones vertidas en el presente Artículo son de la exclusiva responsabilidad del autor.

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