A lo largo de mi carrera, nunca dejé de acompañar, con especial
interés, los temas relacionados a la integración de los países latinoamericanos,
aun cuando el servicio diplomático de Brasil me convocó para funciones
permanentes en Madrid y en París, en Lima y en Buenos Aires, o incluso
en Brasilia. Continúo siendo un fervoroso entusiasta del proceso
de integración regional y del MERCOSUR en particular.
Fue, por lo tanto, con gran disposición y con sentido claro de misión
y de compromiso con la materialización de los altos objetivos del
Tratado de Montevideo 1980 (TM80), que asumí, el pasado marzo, la
Representación Permanente del Brasil ante la ALADI y el MERCOSUR.
Brasil reconoce y defiende el inmenso aporte y el extraordinario patrimonio
que representa la ALADI para la integración regional, hecho innegable
cuando se tiene presente el incremento continuado del comercio entre
nuestros países.
Recuerdo algunas cifras elocuentes: el comercio intra-ALADI, en 2011,
fue de US$ 153.000 millones, 22% arriba de los US$ 125.000 millones
de 2010, en plena crisis económico-financiera internacional; 77% del
valor del comercio intra-regional se hizo en el 2010, al amparo de
acuerdos de la ALADI; y 73% de las preferencias intrazona ya es del
100%. En el caso de Brasil, el 86% de las exportaciones a la región
se apoyaron en las preferencias arancelarias negociadas en la Asociación.
Es real, por lo tanto, que la ALADI avanza en la dirección del mercado
común latinoamericano que el TM80 instituye como el objetivo a largo
plazo de la Asociación. Esos datos de comercio demuestran que los
países miembros de la ALADI sabemos valernos del TM80 para avanzar.
Con cada paso que damos, no obstante, no debemos olvidar que el Tratado
estableció que el mercado común, a alcanzar de forma gradual y progresiva,
es parte del proceso de desarrollo económico-social, harmónico y equilibrado,
de la región. O sea, y para mayor claridad, debemos tener siempre
presente que el mercado común será resultado del proceso de desarrollo
y no lo inverso. Y aquí, el orden de los factores sí altera el producto.
Es necesario, en ese contexto, adoptar una actitud de sensatez y medida,
que inspire iniciativas de contenido práctico y que puedan sumar esfuerzos,
en lugar de dispersarlos. Integración no es lo mismo que homogeneización.
Avanzar en la liberalización comercial no puede ser incompatible con
la realidad exuberante y rica, vigorosa y dinámica de la diversidad
de los modelos de desarrollo nacionales que tenemos y que juzgamos
más adecuados, cada uno de los países miembros, para nuestras circunstancias
internas y para el momento histórico contemporáneo.
En la dimensión económica de la integración, más allá del comercio,
uno de los obstáculos más resistentes al avance de la integración
son los desequilibrios de toda índole entre nuestros países, en especial,
los relacionados con los países de menor desarrollo económico relativo
– PMDER. La persistencia de esos desequilibrios limita nuestra capacidad
conjunta de profundizar el proceso de integración y, en conclusión,
termina condicionando, para menos, la velocidad de nuestro avance.
Es urgente y prioritario dar curso a iniciativas en favor de los PMDER
y de sus pequeñas y medias empresas.
La prioridad renovada dada a la atención para con los PMDER debe ser
acompañada de otros focos para nuestros análisis, deliberaciones y,
principalmente, acciones. Me refiero a temas relacionados a la propia
medula de nuestros aparatos productivos nacionales y a las posibilidades
de su interconexión: medios alternativos de pagos (el CCR, el Sistema
Único de Compensación Regional de Pagos - SUCRE, el sistema de pagos
en moneda local que utilizamos Brasil y Argentina y que estamos por
implantar con Uruguay, por ejemplo); el papel y la importancia centrales
de las pequeñas y medianas empresas en nuestras economías y sociedades;
las iniciativas de interconexión de la infraestructura física – sin
lo que no se irá muy lejos en la integración; la agricultura familiar;
las nuevas tendencias y flujos del comercio extra-regional. Brasil
está pronto para participar en los debates y decisiones sobre iniciativas
de ALADI también en esos campos, entre otros.
Nuestra tarea, en verdad, es crear las condiciones para que nuestros
pueblos puedan beneficiarse concretamente, todos los días, de la integración.
La prevalencia de la democracia que impera (y nunca será poco recordarlo,
incluso a la luz de la infeliz ruptura del orden democrático que se
dio recientemente en Paraguay) en la región, combinada con la afirmación
de nuestras sociedades civiles en el empeño de usufructuar verdaderamente
sus derechos constitucionales, configura finalmente el momento de
que incluyamos también la ciudadanía en el proyecto de integración.
Tenemos que atender esa responsabilidad histórica.
Llegó la hora de que conduzcamos la ALADI hacia la construcción de
la ciudadanía regional. Es indispensable e impostergable darle un
rostro, un documento de identidad para la integración. Y será el rostro
de nuestras gentes, de nuestros pueblos, hermanados en la rica diversidad
de nuestra cultura, de nuestros orígenes, de nuestras historias. Ese
es el cemento que nos unirá indisolublemente.
En ese proceso desafiante, aunque impostergable, de la construcción
de la ciudadanía regional como raíz y fruto de la integración, existe
un debate que falta ser incorporado a la agenda de la ALADI: la circulación
de nuestros nacionales por la región. A mi juicio, es fundamental
que nos aboquemos a ese tema.
No estoy proponiendo simplemente copiar la experiencia de otras latitudes
extra-regionales, incluso porque, allí, se vienen sufriendo retrocesos
sorprendentes y completamente inesperados. La sugerencia es que trabajemos
con miras a adoptar medidas, con la necesaria y recomendada flexibilidad,
para facilitar y ampliar gradualmente, con seguridad, la circulación
de nuestros ciudadanos entre nuestros territorios. El TM80 prevé formatos
jurídicos para establecer entendimientos sobre ese tema. No se cumplirá
el objetivo central del TM80 si no trabajamos para definir regímenes
de facilitación, no solamente del comercio, sino también de la circulación
de personas.
Creo, además, que la ALADI debe abrirle, de par en par, sus puertas
a las fuerzas sociales vivas y dinámicas de la región a fin de generar
una reflexión más plural y amplia sobre los rumbos, las características,
los instrumentos y el contenido de la integración. Reconozco el camino
y es largo, que ya recorrimos desde 1980 en ese trayecto: la existencia
de foros como el Consejo Asesor Laboral y su homólogo empresarial
nos permiten ventanas de diálogo válidas y que deberíamos aprovechar
más. La sugerencia es exponer constantemente nuestros trabajos al
escrutinio de la sociedad civil, es invitar sus líderes para que,
tal como lo hicimos recientemente con los Ministros de Comercio, participen
en los seminarios sobre su visión, sus objetivos, sus prioridades
y, sobre todo, sus aportes, en cada país y en el plano regional, para
el avance de la integración de América Latina. Existe, en ese sentido,
una laguna que debemos subsanar y con sentido de urgencia.
La integración solamente tendrá futuro sólido, duradero y relevante
si se percibe como fuente de beneficios reales y concretos, palpables,
de alta visibilidad y de real utilidad para la vida cotidiana de nuestros
millones de conciudadanos y conciudadanas.
La ALADI solamente tiene sentido para nuestros países y solamente
tendrá la larga vida que todos deseamos si las personas comunes, en
los cuatro rincones de nuestros países, pueden decir, con orgullo,
que viven mejor, que son más felices, que disfrutan de más prosperidad
y de más oportunidades porque encuentran, en todos lados, en todo
lo que hacen para sí y para sus familias, más y mejor integración.
Ese es el sueño que tenemos que transformar en realidad.
Nota: Las opiniones presentadas en el
presente artículo son de exclusiva responsabilidad del autor. La versión
original fue presentada en portugués.
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